sábado, 1 de marzo de 2014

Despedida

1.
La vi por última vez temprano mientras dormía. Me forcé a memorizar su cara, y de paso me la imaginé sonriendo. Ni bien me subí a la lancha me acosté en el asiento de atrás y dormité, como tratando de dejar en tierra el peso de mi alma. Mi cabeza estaba como en stand-by, no podía pensar bien nada de lo que hacía. Tuve la suerte de almorzar con Julieta, que con su charla y su risa pude distraerme fácilmente y relajarme un rato. Lo peor de todo, me fui temprano concienzudo de la hora, sentía que no podía arriesgarme. Fui a la playa que nos dio la bienvenida una vez, y miré esos colores que nos fascinaron hace un tiempo, ella y yo. Me acordé de que todo era genial, todo era Caribe y nosotros habíamos peleado duro para estar parados ahí. Supe ese día, sin lugar a dudas, que acaba de encontrar a mi compañera de viaje. Volví hasta Be Nice, el restaurante donde me esperaba la misma lancha que me trajo, y a su vez la había traído a ella una hora antes. Me senté en el muelle y comencé a sentir un nudo en el estómago, y traté de alejarlo. El mar estaba tan calmo, ni una ola, el casco casi que no se movía. La luz del sol tapada por las nubes era curiosamente tranquilizadora. Y yo supe que me faltaba algo adentro mío. Entré por segunda vez en el día al cuarto, y quedé desplomado con la espalda en la pared. No estaba, claramente, porque su presencia había desaparecido: la ropa tirada en el piso, las diez mil boludeces en el baño, sus dibujos desparramados, y sobre todo su sonrisa cuando me saludaba. Todo se había ido. Y entonces todo lo que había estado ocultando despertó en mi. Me partí al medio.
Esa noche, cuando finalmente pude irme a la cama, agarré su encendedor, que siempre vuelve a ella y que encontré de casualidad, el mechón de pelo que me me había cortado hacia días y me fui al muelle del hotel. Antes de continuar, voy a explicar la razón del pelo. Lo tenía muy largo, y me había crecido en todo el año que me pasé viajando. Creo que en toda esa mata de cabello fui atrapando y juntando experiencias, buenas y malas, sacando recuerdos de las primeras y aprendizajes de las otras. Y al cortarlo, me convencía a mi mismo que era tiempo de cortarlas, sacarlas de mi cuerpo con la seguridad de que su contenido ya estaba en mi cuerpo. Pero guardé un poco, sabía que ese era el último aprendizaje, y lo reservé para más adelante. Prosiguiendo con mi relato, me senté en la madera húmeda y, escuchando el sonido de las olas, contemplé los dos objetos. Me llevé el mechón a los labios y le di nombre: Juana. Lo prendí fuego, y cuando sólo quedaban unos pocos pelos chamuscados dejé que cayeran al mar. El ritual servía para que ese aprendizaje se mezclara con el encendedor, que ahora guardo conmigo, y a su vez se uniera con el mar. Ahora todo estaba conectado: el fuego, el pelo, el mar; el aprendizaje, su nombre y el lugar. A partir de entonces siempre recordaría a mi amiga, que compartimos un momento clave en nuestras vidas. A mi compañera de viaje, por corto que hubiese sido el tiempo, nos cuidamos el uno al otro. Y también a la mujer, la más increíble que conocí en largo tiempo de viaje. Espero nuestro reencuentro, pero no lo espero pronto. Adiós, Juana.