viernes, 18 de enero de 2013

SLM

- Para ti es fácil - resopló, con calma, como si fuera una mañana cualquiera
- No le hables así - intervino Ella, y una pizca de su rostro se oscureció, sombra de su molestia. Siempre menguaba cuando algo la molestaba
- Tranquila - Y con esa simple palabra, ella volvió su rostro y volvió a llenarse de luz. Nadie podía hacerlo tan fácilmente como Él, y el primero volvió a resoplar en silencio, pero se le escapó una brisa al hacerlo.
- ¿Por qué soplas ahora, Mar? - Y el Mar siguió sin decir palabra. ¿Cómo explicárselo a Ella, que con solo voltear al Sol era feliz?
- Ustedes son livianos -
- Nunca entiendo nada de lo que haces, señor Mar, menos de lo que dices - reflexionó el Sol. Era verdad. Y era porque la seguía a Ella, no a ese gigante que nunca se aventuraba a conocerlo, al menos no íntimamente.
- Yo, en cambio, aprecio tus haceres. Aunque no estoy segura de tus palabras. ¿Por qué es fácil? -
- Yo soy la sal de los cuerpos. Mientras ustedes se miran entre sí, reciben los sueños de las personas. Yo cargo sus penas, yo lavo sus lágrimas. A veces los muerdo mientras me devoran. Los veo nacer en Tierra, y muchos yacen conmigo, tal vez para siempre, tal vez para un rato. Y estamos juntos, pero también  estamos solos. Se me parecen, creo. Cuando yo muera creo que me voy a ir a donde van ellos, también - la Luna volteó y mostró su lado malvado, con una sonrisa de oreja a oreja pero muy delgada
- Nosotros no estamos solos. Sol siempre me sonríe -
- Cuando eres creciente no me gustas - mintió el Mar. Siempre la miraba sonreír, pero nunca le había sonreído a él. Los pocos momentos que tenían a solas, sin el molesto gigantón exhibiendo sus cabellos, Ella se tapaba la cara de amargura.
- No entiendo de humanos. A mi me gustan los árboles - acotó, y una parte del Mar se revolvió con un tifón, pero ninguno de los dos astros pareció notarlo. Claro que le gustaban los estúpidos árboles. Eran otro grupo de idiotas que se la pasan mirándolo embobecidos.
Pero los ántropos eran interesantes para el oceánico. Cambiantes, amantes, lagrimeantes. Le gustaba pensar que cada uno de ellos llevaba un pedazo suyo dentro, que los acompañaba en sus tristezas, a cambio de también tenerlo de testigos de grandes alegrías y de amores galopantes. Eran diferentes. Y, como él, estaban solos. Y la Luna que insistía en ir de acá para allá, y Mar la seguía queriendo abrazarla. Pero Ella danza con la Tierra y le sonríe al Sol.

Cuando llueve, Mar quiere ser humano, y quiere que la Luna sea humana. Así podría susurrarle espuma, tocarla con sus corrientes más cálidas, acariciar su cabellera blanca y abrazarla dentro de una utopía, de esas que se comparten, que nunca terminan, incluso cuando terminan. Y cuando la besara, la lluvia sería salada.

Deben ser las penas de las personas, que de una forma u otra, crean un almapersona. Pero el Mar calla, sopla, y rompe en las costas, como una mañana cualquiera.

domingo, 6 de enero de 2013

Se acabaron las excusas, las anclas, los pozos y las utopías. Basta de pasadizos, de secretos y sobre todo, de máscaras. Ya no se me estruja el estómago, ni me sube la sangre a la cara, soy más libre que nunca y planeo serlo aún más. Ya puedo sentir la brisa. Cuánto tiempo me tomó entender que no estoy solo, que nunca lo estuve, que no me falta una parte de mi alma. No todo encaja, somos redondos, y no todo es para todos. Tal vez el tiempo me sorprenda, o no. Hay que ver más allá, hay que no sólo saber si no también ejercer.
Te extraño a vos, y también a él, y también a ella, y también me extraño un poco a mí Pero no se puede elevarse si dejar el suelo atrás, y ya de tanto polvo no veo bien.

Libre

Feliz

Sin nada

Así que con todo