domingo, 22 de octubre de 2006

NADA DE FLORES MUERTAS NI HOJAS SECAS




Los sueños se vuelcan sobre la habitación, espacio apenas distinguible por la mañana que se filtra a pesar de la cortina. La PRIMAVERA avanza implacable y desde demasiado temprano entibia los párpados adormecidos.
Todo alrededor, es un espejismo. Desde los ojos: todo aquello que se oculta bajo el pestañeo es un oasis en el desierto de la realidad.
Los sueños a la mañana son gotas frescas de rocío, evaporándose lentamente con el sol tibio que entra por la ventana. Se desparraman, revolotean, se despliegan y dan saltitos por entre los almohadones… para desvanecerse por completo en el crepitar del mediodía.
El día se alimenta de ellos, del resabio a durazno que dejan en los labios, del cosquilleo que alborota los pies cuando pisan por primera vez la alfombra.

Cada tanto sucede que al cuerpo se le olvida la hora y se confunde. Parece la mañana a la hora de la siesta y que el vapor somnoliento aún empaña las paredes. Desorientado, se cae y busca sostenerse en algo: empieza buscando por un dedo, después sigue por el estómago y también por la nariz. Recorre los rincones hasta que se encuentra con la cabeza. Entonces divaga, bucea, se somete a la experimentación.

(La búsqueda hace al camino: da lo mismo a dónde vaya terminar si al final todos terminamos alimentando a los mismos gusanos y enriqueciendo al dueño de ese pedazo de tierra fértil, tierra que por demás nunca poseeremos…)

Los OJOS CERRADOS (sin ojos y sin orejas, y sin embargo escuchando, viendo, sonriendo. Preguntan hasta qué punto la línea es línea y el punto existe, hasta dónde llega la mentira… soñar/pensar… hasta dónde la mentira)
Sienten la libertad corriendo por las venas pero sin poder intercambiarse con el aire de los pulmones. Libertad que se encierra y se oculta en la memoria. Y entonces pierde su nombre y sólo es una sensación de efervescencia: incontrolable e inexplicable, escapándose cada vez que puede por entre los dientes de una sonrisa, escondiéndose en la sal de una lágrima estúpida. Llorando sin poder hacerlo.
Emoción sin nombre que recorre la respiración y que se quiebra en mil pedazos antes de llegar a la boca, perdiéndose en sí misma; esquivando el bastón, la mano, el hombro que la ayuda a sostener su cuerpo agrietado por el tiempo, atelarañado.
Todo se fue en el olvido: también su forma y su color, su aroma (seguramente cambiante con cada estación) y la melodía que la hacía vibrar desde la garganta.
Érase un entonces.
Cuando el cuando todavía no era ni sonido, porque la mitad de las cosas que hay ahora no tenían su nombre, yo era mitad mujer mitad fantasía. Sostener esa verdad: ha sido la historia así desde que la memoria tampoco tenía nombre y había que acordarse como se pudiera.
La fantasía , entonces, no tenía dueños y una podía caminar soñando sin tener que dar explicación. La luna paseaba a la hora de la siesta y el sol camuflado se dejaba llevar por el viento en el campo.
La pintura sostenida y pendiendo de una telaraña: hoy.
No alcanza para hacer sonreír a la luna, ni para que brillen los girasoles.

Sin quererlo, el cuerpo encuentra una grieta, parece una herida abierta por un terremoto en la tierra, por donde supura una magia espesa, viscosa; cada segundo se pierde una gota más. Se le escapa la libertad sin siquiera saberla nombrar.


Ya es de noche y la melancolía borronea las estrellas. Evito pensar en todo: la mirada directa a la puerta del placard y la memoria fija en una foto; pero el sueño avanza con pasos de gigante y la barrera se hace difusa. Imposible intento. Uno a cero gana el corazón y la cabeza ya está maquinando la revancha. El sentido brota desde cada rincón de la piel y se vuelca en una gota informe y silenciosa que busca perderse en la almohada. Observo el mundo desde el gris y juego (con los ojos cerrados): ilusiono inventando luces de colores. En la pieza solamente opinan el reloj y el tanque de agua. Hora de dormir.
Dulces sueños: mañana inventaremos un nuevo día.