jueves, 30 de marzo de 2006


Otoño 2006


El otoño entra en mis sentidos. El sol calienta la mañana temprana y empieza a borrar el temblor que sobreviene a una noche de estrellas pálidas y viento frío. Las hojas se despiden de sus habitáculos en las desnudas ramas de los árboles. Los pájaros cantan menos, igual siempre cantan.
Las noches cada vez más largas.
Es mixtura de colores y también de percepciones: escalofríos que se mezclan con tímidas sonrisas. Mitad verdad mitad fantasía. Un rubor en la cara (no sólo del frío matutino) y la sensación de las manos heladas en la bicicleta (insisto: no sólo el viento enfría). El relámpago. El cielo más celeste que nunca después de la tormenta que oscureció la ciudad. Las veredas chapoteantes.
El cielo que sobrevive a la lluvia es el más claro (Las nubes se pierden en los laberintos de la memoria). Por eso el otoño es como el cielo en la mirada. Está ahí... sobreviviendo.

lunes, 27 de marzo de 2006


Gotas verdes

El color verde se desparrama por su cara como si fuera la misma piel. El rostro se ilumina -y no es por la purpurina- y se llenan los ojos de los colores circundantes. Pero el maquillador dibuja una lágrima que corre por su mejilla... que cae de lo profundo de la mirada brillante -y no es por las lentejuelas- mirada triste que recuerda otro lugar y otro tiempo (con otros colores tal vez).

Y llora en silencio (aunque también ríe) porque una basurita se coló en su corazón. Y es como cuando se mete una basurita en el ojo, llora sin pensarlo.

Cuando el temblor sacude tan profundo
y lo profundo estaba completo ya de pinturas
el color se rebalsa fuera de sí
fuera del alma se escapaba un verde
verde lágrima caía desde aquella mirada
mirada de tristeza en lo profundo...
...profundo sacudido por el temblor.

miércoles, 22 de marzo de 2006



Imagen desde el otro lado del mundo... un momento único que se puede vivir en el polo norte, cuando la luna se encuentra más cerca de la tierra y se encuentra con el sol.
Otoño 2005

El otoño es un mes marrón y rojo, es caída y soltura, mlancolía y a la vez despertador de pasiones. Se me cae de todo cuando camino por las veredas y ese constante movimiento me distrae (aún más si eso es posible) de la memoria. No puedo retener ese hilo que justifica el divagar de una mente a lo largo de una caminata. La plaza, los árboles, las hojas. Se vuelven un túnel que me aisla del resto de la ciudad: veo el viento entre las ramas de un árbol semidesnudo, el sol brillando en el pasto húmedo, una pareja en un banco (más aislados que yo). Cruzó el semáforo, la calle, los autos y las hojas. Las luces y colores se pierden en el horizonte, marcado por una plaza circular. Espero en la esquina y me pregunto cuánto esperaría hasta que me olvido, culpa del otoño, de pensar en los relojes externos y sigo caminando para empezar a pensar (y por lo tanto y también por desgracia para empezar a olvidar) cosas nuevas o viejas ya pensadas y dejadas latentes en el cajón de cosas sueltas. Pienso en pensar en el olvido: me esfuerzo en continuar, pero las hojas me llevan a dar una vuelta en ronda y lo dejo para después ¿para cuándo me pregunto entonces? Ya me olvidé. Me acostumbré a vivir en "el país del nomeacuerdo".
Internándome dentro de mí, buscando. Confío en la posibilidad de soñar gratuitamente, a pesar de todo. Al menos en otoño, aprovecho la estación indecisa (mitad tibia-mitad helada) para despojarme de las palabras secas. Hojas en todaspartes, el sol y la sombra en todas las veredas y las calles cubiertas por ellas, escondiéndose del viento que asoma desde el cielo y juega con los árboles y con las copas y que pronto vendrá a llevarse todo (o casi: el resto queda para la lluvia).

martes, 21 de marzo de 2006


Ahi estaba el hombre, sentado en su sillón-su lugar en el mundo, consumido por los años (el sillón) (bueno, él también), pensando. Era su ejercicio preferido. Aunque el doctor le había recomendado salir a caminar las tardecitas de sol, sus pies estaban pegados a la alfombra que estaba por debajo y sus piernas ocupaban su hueco en el almohadón. Hacía tiempo había olvidado que solían volar.
Desde allí podía mirar por el ventanal, enorme, por el cual transcuría la calle como una preyección de diapositivas. Autos, palomas, árboles (un poco más lentos, pero también transcurren) y personas... ésas eran sus favoritas. Las conocía a todas, las miraba ir y venir una y otra vez y creaba historias a partir de sus caras, sus gestos, la ropa y el paso que marcaban cada día.
Es como un coleccionista, que guarda celosamente cada una de sus estampillas en un libro muy prolijo, pero que nunca ha escrito una carta a alguien. Mira cada hoja y conoce cada detalle, pero no siente el calor de aquélla que tiene un sello y que viajó 1200 km. para contar una historia triste de amor. Él colecciona personas que pasan por su ventanal, pero nunca ha estado con una en verdad. Mira cada una (en su mente, las retrata, las acomoda en una de sus páginas bien guardadas y sonríe pensandose que ahora puede conocerla en su intimidad), conoce sus detalles, su ropa, su cara a la mañana y su horario de regreso a la noche; pero no siente el calor de una mirada y de unos labios que han viajado horas interminables para decirte te quiero.
Un día despertará del sueño que lo somete al enclaustramiento, al cómodo sitio en el que se encuentra, para darse cuenta que sólo han quedado calles grises por recorrer en su camino del tiempo, calles vacías. Sin personas que atraviesan el ventanal.

viernes, 17 de marzo de 2006

Tiré las llaves por la ventanita y me fuí. Mis ojos en el espejo intentan decirme algo pero no quiero escuchar. Ya está tomada la decisión. PB en rojo. (La puerta a la calle por suerte estaba abierta). Sólo llevo conmigo una mochila amis espaldas... y a mis espaldas un mundo entero quedó atrás.
Buenos Aires llueve. Las calles se visten de paragüas y en el café se ocupó la última mesita. A través de una fotografía puedo ver el mar soleado, colgando de un cartel por encima de las avenidas.
Mis pies siguen un rumbo que todavía jno descubrí, suelen hacerlo a menudo. Mi cabeza intenta seguirlos pero se queda perdida en un puesto de diarios una cuadra atrás... y se va por otro camino que da vueltas y vueltas por adentro de ella misma.
Alguien más tenía las llaves, estaba segura, por eso cerré así. Sólo había quedado una notita sobre la mesa del comedor y restos de un desayuno en la mesada de la cocina. Un gracias y otro beso en la posdata.
Ahora las gotas se hacen más gruesas y sé que es inevitable empaparme por completo, así que decido disfrutarlo (miradas desde un negocio y paragüistas esperando en el techito de la esquina que observan cómo me mojo y sonrío de todas maneras, pensando uno vaya saber qué. Gente que juega carreras por las líneas blancas frente al semáforo). Un trueno se escuha por encima del goterío que irrumpe en el bullicio citadino. Tengo frío, pienso.
Preguntado direcciones. Entro al ciber con la lluvia aún corriendo por mi ropa, el pelo, la cara. Se mojó un poco el cuaderno. Las teclas empapadas pocas noticias tienen y sólo reciben un poco de ese calor lejano (ese que llega entre líneas desde alguien que te quiere), lo suficiente para continuar el día. Nada mal.
Aunque ahora paró un poco, sigue cayendo el agua (pero como siempre cuando se tiene mucho, ahora parece que es demasiado poco y realmente no molesta). Buscando direcciones. Nunca un mapa... de todas formas se llega.
Volviendo (o siguiendo en el camino que me aleja), el único camino que conozco es por el subte. A pesar de que afuera hace frío, ahí el calor se condensa y dá la sensación de estar en un horno. Los escalones mitad agua mitad barro son transitados infinitamente a una velocidad que me desorienta. Un viaje, gracias. El molinete. La tele mostrando imágenes de Bariloche. Un túnel sin fin en el que se asoman dos luces a toda velocidad.
Ahí por abajo de las calles, por debajo de tantas personas y tantas cabezas, ¿estaré también transitando por debajo de sus ideas? Las historias se suceden por encima del mundo subterráneo, las casas continúan su vida diaria sin pensar en las miles de ideas que transcurren bajo sus narices (bajo sus pies también).
Busco en mi mochila y sacó un librito verde y leo. "pequeño (des)conocimiento entre un pez y una niña". Las palabras se hunden en mi cabeza. Las luces pasan rápidamente. De reojo (no puedo evitarlo) escruto a cada quién que está sentado en el mismo vagón. También a cada cual que está parado y me pierdo unos segundos de la lectura imaginando fantásticas historias sobre sus desconocidas -para mi- vidas. Este lugar me hace pensar. ¿Pasará lo mismo en cada uno de ellos?
LLegando al final del recorrido, la voz en el parlante me desvía la atención dos segundos antes y llego casi a tiempo a guardar el librito y salir. Subo a la calle como todas las cabezas adelante mío que avanzan lentamente en la escalera mecánica, parece un camino al matadero. Me perdí. No sé para qué lado de la avenida tengo que caminar y sin embargo no me importa mucho.
Preguntando direcciones, siempre termino en el mismo lugar. Camino sabiendo que hacia algún sitio me dirijo (mis pies suelen hacerlo).
Cruzo una esquina y el cartel indica que hay que doblar. La calle sube hasta llegar a la esquina. Un rincón guardado en un bonito barrio, rincón donde suceden aún historias de hadas (y digo aún porque estas historias ya están olvidadas hace tiempo en este mundo de cemento, en estas tirerras que alguna vez fueron verdes y contaron secretos en las noches estrelladas). Una sonrisa aguarda detrás de la puerta y eso me alcanza para continuar (nada mal).
Desde la ventana (desde adentro hacia afuera) se ve todavía la lluvia. Seguimos en la espera.

sábado, 4 de marzo de 2006

"Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más amenos. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas cuatro cosas importantes suceden en tu vida:
a) estás en un lugar diferente. Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al principio esto da mucho miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuantas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
b) porque la soledad puede ser muy grande y opresora, tú estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra si estuvieras en tu casa, como camareros de restaurante, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús. c) pasas a depender de los otros para todo: conseguir hotel, compraralgo, saber como tomar el próximo tren. Descubres entonces que no hay nada malo en depender de los otros sino que, por el contrario, esto es una bendición.
d) estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo Yo, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas.
"Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres."

(enviado por un amigo murguero.... procedencia?)
El Retorno

Cada vez más cerca... de mí.
Volver se siente enfermo. Es un poco de dolor de cabeza(como el de estar mucho al sol), ese dolor de cabeza que te obnubila la visión del mundo, ojos cansados de ver tantas cosas nuevas y diferentes, cabeza partida al medio. Y a la noche una leve fiebre que te hace transpirar pero tiritar al mismo tiempo. Es dolor en el cuerpo, un poco acá y otro por allá, que por ahí me acuerdo cuando me moví un poco. Son ojos cansados... de tanto desvelarse por las noches buscando el espíritu de la luna desde el banco de una plaza.
Es sentirse enfermo pero a la vez recuperarse. Encontrarse. Adentro y afuera, en el mundo de siempre, tan dejado atrás y a un costado y tan sentida su ausencia. Acostumbramiento... o no!

Llegué hace dos días a Córdoba a ver a la flia. De a poco voy llegando al destino final.

(Volver... es también irse)