miércoles, 13 de diciembre de 2006

Sobre la fiesta Bubamara

Empieza tras la puerta del pasillo, donde allá por la mitad alguien se asoma sonriendo. La bici y yo apenas cabemos en la angostura de esas paredes, pero ya conocemos el camino.
Es una noche de jueves de esas en que nos conciliamos con el clima caluroso y húmedo y olvidamos el sopor del mediodía al pensar lo linda que está la nochecita para salir a dar unas vueltas.
Entre charla y charla, unos brindis dedicados a la vida y una cena (chop suey vegetariano o algo que se le parece, nada mal) con varios intentos de entablar largas conversaciones de sobremesa interrumpidos intermitentemente por el estrellato de la famosa caja boba. Noche de jueves con una propuesta especial (aparte de los múltiples brindis, que más bien serían propuestas espontáneas, pero no por ello dejan de ofrecer un matiz especial, con aire de despedidas y de cierres de cinturón): LA FIESTA BUBAMARA.

Entramos allá temprano y nos sentamos por un escaloncito del piso, “la música es mejor acá” suena a modo de justificación, aunque no era necesaria. Es cierto de todos modos, está bien acá, aunque no era la música lo más importante…
De la piel hacia fuera, el lugar se va poblando casi imperceptiblemente de los más raros personajes: todos parecen conocer una consigna que yo desconozco, aunque sin pensarlo mucho más, me hallo rápidamente en la vorágine de las “bubas” gitanas: festejar hasta que se acabe el alcohol o hasta caer desmayado. Es sencillo mezclarse en la multitud cuando hay tanta divergencia, aunque no traigas un sombrero de copa verde y brillante ni una corbata más ancha que tu sonrisa; porque el libre albedrío está saltando arriba del escenario mientras le enseña unas volteretas a una piba menudita y de pies ligeros.
Hay un flaco muy alto, de pelo suelto y en tono negro (una onda hardcore un poco mimetizada), que ovaciona a la No Smoking Orchestra; descendiendo en ese breve momento para unir sus brazos al chico de boina (que grita desde hace unos minutos ¡¡ronda, ronda!!). Primero tranquilo, despacio, cruzando un pie delante del otro y caminando muy lentamente para el costado: la risa se hace ecos contagiosos entre medio de los pies en movimiento. Y cuando los instrumentos se acercan, afinan, se prueban, suena desde abajo una canción que te apoya sobre la tierra: sólo por unos instantes.
Libertinaje salpicando entre la pista, la barra, el baño: podemos tomar un unsa-unsa que nos rodee con su aroma de albahaca fresca y bailar sin escrúpulos en donde nos plazca, ¿vamos?
Pero (es inevitable siempre el pero, más aún cuando adentro de mi cabeza retumban unos años de achaque universitario) tanto revoltijo y tanta maravillosa fiesta gitana es motivo suficiente para sospechar. Libertad, claro, para aquellos que pudieron comprarla con la entrada, que por cierto tenía una figurita divertida de recordatorio. Liberta contenida en algunos que se animaron o tuvieron la oportunidad; tampoco vale la pena especular. No falta el que se las hace pasar de personajillo original pero lo único que repite es el más que típico y aburrido asedio al sector femenino de la noche (casi sin prejuicios ni preferencias), ni tampoco hay que olvidar a la niña-gato que juega a la rebelde inocencia porque hoy salió de su rutina… el pero se volvía muy pesimista de pronto. Pero ésa no era la intención (y valga la redundancia de peros). Las imágenes se congelan de a una alrededor y las postales se configuran en mi mente. Entonces vuelve a sonar una trompeta y es inevitable subirse al tren de Kusturica y levantar las rodillas y dar una vueltita… y de vuelta ahí estamos salpicando de acá para allá y bailando en donde nos plazca, olvidando parcial o temporalmente que estamos dentro de un cubículo, dentro de la maraña de las diagonales. Y festejamos a los gitanos aunque yo creo que nunca ví a uno de verdad, pero me tengo que desatar las sandalias porque ya me duelen los pies de tanto, ¿compartimos otro unsa-unsa? …y en medio de tanta innovación sigamos recordando viejos tiempos, que la nostalgia compartida valga como un abrazo de despedida.

Burbuja bubamara, rellena de un enrarecido gas, desde el lado de adentro de la piel.

domingo, 22 de octubre de 2006

NADA DE FLORES MUERTAS NI HOJAS SECAS




Los sueños se vuelcan sobre la habitación, espacio apenas distinguible por la mañana que se filtra a pesar de la cortina. La PRIMAVERA avanza implacable y desde demasiado temprano entibia los párpados adormecidos.
Todo alrededor, es un espejismo. Desde los ojos: todo aquello que se oculta bajo el pestañeo es un oasis en el desierto de la realidad.
Los sueños a la mañana son gotas frescas de rocío, evaporándose lentamente con el sol tibio que entra por la ventana. Se desparraman, revolotean, se despliegan y dan saltitos por entre los almohadones… para desvanecerse por completo en el crepitar del mediodía.
El día se alimenta de ellos, del resabio a durazno que dejan en los labios, del cosquilleo que alborota los pies cuando pisan por primera vez la alfombra.

Cada tanto sucede que al cuerpo se le olvida la hora y se confunde. Parece la mañana a la hora de la siesta y que el vapor somnoliento aún empaña las paredes. Desorientado, se cae y busca sostenerse en algo: empieza buscando por un dedo, después sigue por el estómago y también por la nariz. Recorre los rincones hasta que se encuentra con la cabeza. Entonces divaga, bucea, se somete a la experimentación.

(La búsqueda hace al camino: da lo mismo a dónde vaya terminar si al final todos terminamos alimentando a los mismos gusanos y enriqueciendo al dueño de ese pedazo de tierra fértil, tierra que por demás nunca poseeremos…)

Los OJOS CERRADOS (sin ojos y sin orejas, y sin embargo escuchando, viendo, sonriendo. Preguntan hasta qué punto la línea es línea y el punto existe, hasta dónde llega la mentira… soñar/pensar… hasta dónde la mentira)
Sienten la libertad corriendo por las venas pero sin poder intercambiarse con el aire de los pulmones. Libertad que se encierra y se oculta en la memoria. Y entonces pierde su nombre y sólo es una sensación de efervescencia: incontrolable e inexplicable, escapándose cada vez que puede por entre los dientes de una sonrisa, escondiéndose en la sal de una lágrima estúpida. Llorando sin poder hacerlo.
Emoción sin nombre que recorre la respiración y que se quiebra en mil pedazos antes de llegar a la boca, perdiéndose en sí misma; esquivando el bastón, la mano, el hombro que la ayuda a sostener su cuerpo agrietado por el tiempo, atelarañado.
Todo se fue en el olvido: también su forma y su color, su aroma (seguramente cambiante con cada estación) y la melodía que la hacía vibrar desde la garganta.
Érase un entonces.
Cuando el cuando todavía no era ni sonido, porque la mitad de las cosas que hay ahora no tenían su nombre, yo era mitad mujer mitad fantasía. Sostener esa verdad: ha sido la historia así desde que la memoria tampoco tenía nombre y había que acordarse como se pudiera.
La fantasía , entonces, no tenía dueños y una podía caminar soñando sin tener que dar explicación. La luna paseaba a la hora de la siesta y el sol camuflado se dejaba llevar por el viento en el campo.
La pintura sostenida y pendiendo de una telaraña: hoy.
No alcanza para hacer sonreír a la luna, ni para que brillen los girasoles.

Sin quererlo, el cuerpo encuentra una grieta, parece una herida abierta por un terremoto en la tierra, por donde supura una magia espesa, viscosa; cada segundo se pierde una gota más. Se le escapa la libertad sin siquiera saberla nombrar.


Ya es de noche y la melancolía borronea las estrellas. Evito pensar en todo: la mirada directa a la puerta del placard y la memoria fija en una foto; pero el sueño avanza con pasos de gigante y la barrera se hace difusa. Imposible intento. Uno a cero gana el corazón y la cabeza ya está maquinando la revancha. El sentido brota desde cada rincón de la piel y se vuelca en una gota informe y silenciosa que busca perderse en la almohada. Observo el mundo desde el gris y juego (con los ojos cerrados): ilusiono inventando luces de colores. En la pieza solamente opinan el reloj y el tanque de agua. Hora de dormir.
Dulces sueños: mañana inventaremos un nuevo día.

martes, 5 de septiembre de 2006

La Ortiga

Todavía me estremece el eco de tus pasos vacíos,
palabras transparentes que transitan
por el costado de mi razonamiento
sinsentido que configura una imagen presente
junto a una palabra: ausencia.

Sentado a mis espaldas tu silencio
no necesito verte para saber
que las grietas que resquebrajan
en tu mirada [al horizonte finito por encima del campo que florece
eternamente en los sentidos]
no revelan más que otro parche
ritual reificador de la desidia
en tu sonrisa dibujada.

¿Para cuándo guardaste tus colores?

El insoportable sonido de los huecos
que dejaste en el camino
se retuerce visceralmente,
figura sin forma ni sombra
que acrediten su existencia.

Culposa de haber callado, de las rupturas y los siniestros,
la boca te tiembla dichosa
mientras se llena de carcajadas
y me habla de felicidad.

martes, 1 de agosto de 2006


La poesía se escapaba del renglón, porque se resistía a escribirse como siempre. Siempre desde ese mismo lugar: triste, enojada, descontenta, quejándose del amor que no pudo ser o del mundo que no le dió lugar. O en todo caso, completamente cegada por la luz de la esperanza engañada por una efímera alegría, una infinitesimal posibilidad de haber encontrado el néctar de lo divino, el amor eterno, la alegría paradisíaca...
La poesía se va corriendo por un oscuro callejón, y yo me cuelo detrás de ella para relatar de cerca su próxima maniobra; hasta que después de tanto correr, con el aire escaso y la polera transpirada, caigo en la cuenta de que su huída no tiene fin: ha decidido irse y ya no regresará al lineamiento del renglón que se circunscribe en el ancho de la página, de izquierda a derecha, para ocupar cuanto espacio sea necesraio para decir rítmicamente cuánto dolieron esas lágrimas mallloradas.
Doblo la esquina y una mujer me apunta con un arma, siento un fuego entrar por mi cabeza y no dejo de incomprender esa obsesión femenina por lucir el aco más alto (y por encima de alguna corbata pisoteada y alguna que otra pollera, por qué no) que se encamina siempre a la resistencia, será un instinto después de millares de oposición... aunque sabían que había otra manera, copiarse siempre es la más fácil.
Sigo corriendo y tropiezo con una cadena, tirante y forcejeada por dos brazos fornidos que gruñen como cuando eran canes de nadie, y ahora con dueño pretenden ganar lo que nunca les fue otorgado, hasta que caigan en la cuenta de que tendrán sólo lo que les vuelva: la ley de la cosecha siempre se cumple. Hasta la poesía les sonríe y dedica un verso rápido para aquella rápida imagen a los costados del camino; que tan pronto pasó, tan pronto comprendió (porque no sería su primera vez)

Estaba cantándole a tu ventana
y tú muy dulce decías
que aquél que ayer pasaba
lo mismo a tí te pedía

Yo sólo pido tus labios
puerta de un corazón
y así verás un mundo distinto
fruto de mi pasión

Y no siguió escribiendo porque se vió venir el final, que yano soportaría ser el mismo de siempre y terminaría por quemar vivo al desgraciado que quiso conquistar un alma con palabras en el viento perdidas, vociferando el amor que sin palabras se expande más allá de los libros y las cartas y las novelas y las películas de Hollywood. En fin, se haría a un lado del renglón y con toda su fuerza empujaría letra por letra al vacío que sigue al final de la hoja, para enviar una flor al túmulo de huesos acumulado en el pié de página, seguida de una carta de pésame y una foto de ella misma (la poesía, porsupuesto) vacacionando, sola, bajo el sol de mediodía y con una gran sonrisa y un bolso al lado, para enseguidapartir y seguir corriendo y alejándose.
Siempre parece escapar, pero nunca olvida. No se sacará nunca más de la cabeza las mil miradas que dijeron más que las mil palabras que las acompañaban, ni tampoco dejará de pensar en los golpes y en las manos mal movidas; no se olvida pero tampoco se tortura.
Y se hizo a un lado... para sentir en sus pies, por debajo de las suelas gastadas de cien zapatillas, la textura de otras veredas, el sonido-eco de otras miradas profundas,el canto de aquellos ilusos bajo la ventana, el fuego corriendo por la sien, el sudor, las lágrimas sin reprimir, las manos jugosas y el viento ligero detrás de la oreja.


La poesía, adoradora de un nuevo espacio, creyente de su propia sintaxis, despliega sus tintas en el abismo, evitando volar a la misma altura (para no creerse el verso de todos los días) y cayendo a pique, hacia lo más profundo; siempre corriendo un poco más, dilatando las pupilas un poco y otro poco hasta ver algo nuevo en la oscuridad... para estar advertida al menos, y no chocárselo contra la nariz.

lunes, 24 de julio de 2006

Inverneando


Los viajes siempre te obligan a mover cosas: ¿Cuál es el equipaje imprescindible?




Cada vez se me ocurre salir con menos cosas, después de todo, la mochila siempre vuelve llena.
Ni hablar de cuando me toca viajar en el tiempo , eso si que se me hace acumulativo; además de exigir una minuciosa revisión de aquellas cosas que deberán pasar al cajón archivador de la memoria, en el intento apresurado (ese de los últimos minutos antes de salir, donde empiezo a pensar ¿qué me olvido? y repaso mentalmente una lista imaginaria de infaltables e infalibles elementos para no sentirme después tan lejos de mi vida cotidiana)en el cual pretendo dejar un espacio libre para toda esa muchedumbre de novedosas experiencias que, positivamente, espero reunir en los próximos días.


Me refiero a un viaje en el tiempo cuando moverme a otro espacio incluye un plus, el destino parece ser un lugar como de un sueño, ya repetido, por demás conocido y hasta también idealizado después de tanto pensárselo... tantas cosas que los sueños hacen parecer reales. Irme al lugar de siempre, volver podría decirse, pero nunca es volver a lo de siempre, no es repetir la historia, sino metrse en el pasado modifcándolo, creando un nuevo espacio para lo que vendrá, resignificando. Entonces,
entonces cada mirada es un viaje
cada recodo de la calle, con sus árboles de siempre (como en ese sueño)
los muebles viajan, también las palabras.


Y la mochila está siempre igual de liviana, o de pesada, eso depende de mi estado de ánimo, porque no hay cosa más transportable que la cajita que está en mi cabeza: mitad llena mitad vacía.

***

Ahora la luz entra por la ventana y se recorta con el vapor frío de las palabras, entre humos de mate, un poco de historias compartidas en medio del silencio que reina en el bosque cuando lo blanquea la nieve. Siempre viajando.

sábado, 24 de junio de 2006

... No te pierdas


Vagamente mencionado entre las calles; perdido en una casa vieja dentro de la callada ciudad; relegado como consecuencia del exceso informativo, del preocupante día a día y del excitante sobresalto proveniente de algún triste aliento ilusorio... el solsticio se instala igualmente sobre nuestras cabezas y cambia el rumbo de las luces, de las horas, de las vidas (que por más ajenas a aquél entorno más allá del concreto, son también objeto de ese cambio: paulatinamente, casi como entresueños murmurados al oído sordo).
No quisiera yo que usted, que ahora está leyendo esta pequeña reflexión, piense que vivo en un mundo de mitos y adoraciones a dioses inexistentes. Tal vez (piénselo detenidamente) ésa no sea yo, sino usted.

Ayer estaba caminando por una vereda como todas las de este mundo (o sea, un espacio junto a la calle, cubierto de cemento o alguna especie de piedra, a veces con un par de árboles o canteros en los costados, bordeado por construcciones diversas: casas: edificios, locales, cocheras, baldíos, muros que no dicen que hay detrás, etc) y en una pared de color amarillento viejo pude ver que había una pequeña campana. Al fin encontré el lugar que me habían mencionado.
El sonido leve de la campana fue suficiente, alguien se acercó a la puertita de rejas negras, que se confundía entre enredaderas, para dejarme entrar. Frente a mí, se abría una galería en forma de L cubierta de hojas del otoño tardío, casi dejado atrás; al costado estaba el patio, invadido por las diferentes plantas que cubrían el lado interno del muro y un par de grandes árboles que se desbordaban en búsqueda de la luz. En un rincón, una hamaca blanca incitaba a una siesta al sol tibio del mediodía, que entraba de costado atravesando los vidrios de colores de las ventanas que franqueaban la galería.
Casi sin palabras, pero muy atentamente, me indicaron un lugar para sentarme a esperar. Allí estaba yo, sentada en un sillón viejo en una sala repleta hasta el techo de estantes, repletos hasta lo imposible de latas de colores, hojas escritas y dibujadas, cajitas, juguetes, cuadernos, libracos y librotes, rollos gruesos y finitos y quién sabe qué otra cosa más; con una puerta de doble hoja abierta de par en par que me permitía disfutar del verde del patio y con un aroma a esencia reinante. Esperando.
El tiempo se diluyó en ese mismo instante en que pasé la puerta de rejas, a pesar de la presencia desafiante del reloj de pared. Las horas interminables que él marcaba insistentemente, se hicieron segundos placenteros enfrascados en pequeñas charlas y mates compartidos con algún desconocido.
Y el resto no es muy interesante de contar, por lo menos no para mí y mucho menos con palabras (espero que tampoco sea importante para usted, aunque de todos modos ya es tarde para retractarse). El relato venía a cuento de una cuestión que tal vez no se notaba en él: y es que esa existencia casi imperceptible, así como de imperceptible es la esencia de estas palabras, hace único el instante en que una gran casa se cuela en una pequeña ciudad. Se hace eterno el momento en que el sol atraviesa las ventanas, calentando el tapizado de un viejo sillón, mientras una campanilla suena desde la calle y se mezcla con el sonido de conversaciones, con el aroma a incienso y a hojas secas; demostrando que hay algo más allá de toda esa supuesta existencia, algo que se comparte y que está enfrente de nuestra narices (si, también la de usted, si me lo permite); enseñándonos que hay otra forma de respirar la vida.

Yo prefiero confiar en que el sol siempre estará entibiando mi alma, en que la luna me hará vibrar las emociones con su estado tan altamente cambiante; sentir que los ríos traen mensajes desde las entrañas de alguna remota montaña y los árboles cantan el cambio de las estaciones. Quiero vivir para escucharlos. Escuchar la lluvia: salir a la calle y observar ese extraño mundo que alguien inventó, sentir las gotas golpeando en la cabeza y en las manos, tratando de sentirlas en ése lugar secreto que cada uno de nosotros desconoce... prefiero creer en todos y cada uno de los mundos que se inventan en las poesías y se hacen realidad en un corazón.

Tal vez usted, señor, señora, señorito o señorita; incrédulo ante esta postura, prefiera seguir confiando en sus propios dioses: está bien. Pero después no me venga con caprichitos, no me quiera convencer de esa extraña creencia que practica, del valor de tantos papeles efímeros, tantas palabras repetidas, tantos apuros sinsentido. Siempre corriendo detrás de un reloj que no es más que su propio invento (sólo para correr más de prisa) y siempre corriendo detrás de nada, en búsqueda de una mal formulada (porque ajenamente adjudicada) ilusión.

martes, 6 de junio de 2006

Año Naranja


Se tarda en llegar, pero el año viene apareciendo sus luces como el sol que se demora en dorar el pasto porque estaba el muro del jardin. El mundo se configura caprichosamente y de tanto perder la mirada en el horizonte ya me habia olvidado de la belleza del amanecer: asi que ahora, una vez re-recuperado, el dia se hace eterno y las estrellas estan forjando sueños en el infinito.
La vida es naranja!

viernes, 26 de mayo de 2006


La Colombina

El Pierrot

... y el Arlequín.

lunes, 15 de mayo de 2006



Entonces
la poesía se hace grito
en medio del silencio deseperado
ansioso de miradas
de gestos
de sonrisas que llenen la idea
Entonces buscando
la palabra que pinta el deseo
escuchando el imaginario canto
de la lapicera
verborrágica de utopías
Entonces
ni poeta ni pintor
rasguñando superficies
del limitado renglón
divagando
en busca del entonces.

Entonces buscando.

jueves, 11 de mayo de 2006

Heurístika

Si las manos leñosas no hablaran con tanto desinterés. Yo sólo estaba en la búsqueda de la llave que abriera la jaula. Las palabras vuelan como pájaros alrededor de mi cabeza.
Una imagen futura/presente/imaginaria de dos cardenales que vuelan libres en la plaza y causan sorpresa al hombre que observaba desde el banco. Libres!
Pensaba en que tal vez la contemplación.
Entonces, diría Alicia,
Entonces el otoño me llega de lleno. La luz naranja entre las hojas que quedan en los árboles y la tierra naranja bajo los pies... naranjas maduras que ruedan sin destino.
Los pájaros se van y las hojas también lo harán. Y el hombre del banco seguirá creyendo que puede contemplarlos.

miércoles, 3 de mayo de 2006

miércoles, 26 de abril de 2006


Cosas que no son ni efímeras ni recientes

Hay cosas que no son ni efimeras ni son recientes. Son cosas como esas de todos los días. Como darse un baño. Si lo pensamos bien, un baño puede parecer como cosa de unos minutos y chau (aunque hay quienes se toman esos minutos muy tranquilamente), pero si sumamos todos los minutos que nos pasamos y nos pasaremos parados solos bajo una ducha a lo largo de nuestras vidas, bañarse lleva una eternidad. Por otro lado, no es costumbre de los últimos días ni mucho menos de los últimos meses: Desde antes de que tengo uso de mi razón, hubo una persona (supongo que habrá sido mi mamá) que decidió mandarme a la bañera para inculcarme esto de la higiene y la limpieza personal.

Son cosas como las que conciernen al cielo. La lluvia, por ejemplo, puede ser mencionada bajo un adjetivo como una lluvia efímera (en el caso sería un momento de lluvia que ha durado poco), pero esas gotas infinitesimales que caen lenta o rápidamente hacia abajo (hacia dónde más se puede caer sino) no son más que una parte de aquello que todos aprendimos de memoria alguna vez: el famoso ciclo del agua. Que tiene todo ese sabor medio amargo por su estandarización tan poco significativa, pero que en el fondo esconde una filosofía muy simple e interesante: que todo escurre hacia el final, sencillamente para empezar de nuevo a escurrir. Por otro lado, como en todas estas cosas que son asunto de la naturaleza, podríamos pensar que empezaron cuando un hombre alguna vez las nombró, aunque sabemos bien que siempre han sido y serán.

Son cosas como los sentidos. Como esa vez que subió una mujer al colectivo con una macetita con un malvón y al instante me transprté al cantero de la casa de mi abuela, que tenía caracoles y al parecer malvones en cantidad... como esa esencia que hace al poeta escribir sobre la piel de una mujer con el simple hecho de mencionar el aroma del durazno. Es eterno el sentimiento del tacto sobre el pasto y el olor a gotas de rocío, el sonido de los pies que suben unas escaleras o que parten las hojas secas en la vereda, la luz que entra en los ojos al salir el sol es eterna. Por otro lado; los sonidos, los olores, los colores y las sensaciones que alguna vez mis ancestros y los tuyos escucharon en algún remoto, en otros continentes tal vez, están guardados en mi memoria más inconsciente y producen esos escalofríos que nunca sabremos de dónde vienen.

Son cosas como ruborizarse, bajar la vista, sentir temblar las manos y palpitar el corazón, como gritar muy fuerte y como salir corriendo sinsentidamente, son todas esas cosas que no se pueden explicar, porque solamente son. Podríamos ponerle nombres que aparecen en los diccionarios y en los mejores cuentos de hadas: alegrías, tristezas, odios, sonrisas, dudas, euforio y etcétera y etcétera. Por otro lado, el amor.

martes, 25 de abril de 2006


Una vez rodó sin querer dentro de mí una semilla de dudosa procedencia. El tiempo se paseaba de un lado a otro como de costumbre y entretanto la muy redonda se dedicaba a crecer. Se nutría de las risas y las manos cálidas, de las miradas profundas, de los abrazos y de las charlas con té. En medio del divagar fue tomando forma (a veces, dudosa de su destino, se metamorfoseaba en la apariencia para permitir a uno pensar que sería otra cosa quizás que la que siempre pareció ser) y se siguió alimentando de palabras en el alma. Hasta crecer lo máximo que una semilla puede estar crecida: entoncés brotó y se hizo flor.

Hoy me encontré frente a tus ojos con una flor en la mano. Es para vos. Nunca llevó mi nombre. Tirala, ponela en un jarrón y contemplá pacientemente cómo se marchita, ignorala en un ricón o escondela en un cuaderno... pero aceptala. No quiero ver cómo se vuelve gris, sus pétalos caen, sus hojas se arrugan, su aroma se desvanece; no quiero verla marchitarse en mis manos (sabiendo que pudo ser una colorida flor).

jueves, 20 de abril de 2006


Telaraña sobre la esquina medio olvidada, guardé los últimos papeles en la caja para no olvidar (o junto a las cosas difíciles de dejar) a pesar de esa voz que mira de reojo y ve demasiadas cajas en el placard.

Insomnio de otoño que descreyó todo amor de verano y siente las gotas chocar en el techo de madera, sensación semi-imaginaria de que el mundo podría ser alguna vez, que se deshace con la luz del día y se desparrama escalón por escalón, hasta el piso de más abajo, hasta la calle. Hasta que se lo lleva el viento confundido con las hojas.

Despertar olor a mate lavado para sentir más fuerte el sabor de las miradas dormidas, para escuchar más lejos el grito de los pies arrutinados. Para desplegar los sentidos en la dirección de ninguna parte y recibir toda esa esponjosa respuesta de palabras desgastadas por el repetido uso en el tiempo.


La media tarde me llena de luz, que viene de pronto desde el final de la cuadra y me atraviesa sin previo permiso por el centro de los huesos, abriendo un enorme agujero frente a mí. Posibilidad infinitesimal de abrir los ojos.

lunes, 10 de abril de 2006

Vos pasabas dejando tu triste aroma
de pasto mojado y jacarandá.
Cruzabas la plaza y quedábaste junto al farol
volteábase la muchedumbre viendo tu cetrino andar.
Flor de mina cuando te maquillabas
y salías a relucir tu pilcha nueva
en las suaves noches,
de milonga, verso y carnaval.
Callejera vieja,
que cada glorieta conocías
de nuestra dormida ciudad.
Enredado en un pasado
de trapos brillantes y algo más
aún muerdo tu canción
azul bajo la luna
atípica voz sensual
que incluso al más guapo hacías temblar.
¡Y pensar...!
Yo que me hacía el malevo ( ¡ ja ! )
y a las noches lloraba,
lloraba tu descolorida ausencia...
Me quedé piantao cuando te ví regresar
taciturno canto a la calle
por el feriado del carnaval:
la misma pinta, el mismo gorro
y aquél traje aprisionao n´el saguán.
Monserga por demás conocida,
remedos de lentejuela y compás
repique, pucho y silbido
bailando estaban en el hojal.

[como un susurro fuerte:]
¡Cómo te quiero! murguita
corajudo aquél que te intente olvidar.



Alicia + Anita

viernes, 7 de abril de 2006

LLuvia


Caen.
La lluvia. Las hojas. Las lágrimas.
Caen naturalmente.
El cielo, las estaciones, los sentimientos.
Cambian.
Todo cambia, hasta las estrellas son finitas en la inmensidad azul. Pero el hombre, el hombre es tenaz y no quiere aceptar: Prefiere creer que la estrella está ahí aunque sólo sea su huella la que ilumina, un rastro. Le gusta pensar y pensarse en la finitud, en la permanencia.

lunes, 3 de abril de 2006

Se cayó de mis manos y rodó, la sentí rebotar por los rincones de la vieja casa hasta que se detuvo en su alejamiento de mí. Entonces. Sobrevino la oscuridad sobre el piso de madera y ni una hendija se pudo ver más. ¡¡Otra vez!! pensé no muy animosamente. La última vez que la perdí me había llevado todo un aprendizaje de la ciencia de andar a oscuras que tardé demasiado para mi gusto. Hacía tiempo ya... hacía mucho que sonreía iluminada y paseaba por los ventanales plenos de sol. Me había acostumbrado a la idea de vivir en la luz.

Es que a veces me olvido de ordenar algunas cosas, y quedan sueltas por ahí. Esta vez eran unas palabras (creo que se me cayeron hace una semana, pero no hice el intento de juntarlas) y cuando iba a regar una plantita me distraje y me tropecé... siempre tan torpe. Lo peor no fue el raspón en mi rodilla (porque mis piernas, habiendo yo sido así siempre, no son precisamente las de una princesa inmaculada. Una raya más al tigre) sino que se me abrió la mano y se cayó. Se perdió una vez más.

De vuelta en la sombra. Tanteando, tratando de reconocer las cosas a mi alrededor desde otro lado (diría desde otro punto de vista pero eso no tiene mucha lógica). De vuelta buscando...

jueves, 30 de marzo de 2006


Otoño 2006


El otoño entra en mis sentidos. El sol calienta la mañana temprana y empieza a borrar el temblor que sobreviene a una noche de estrellas pálidas y viento frío. Las hojas se despiden de sus habitáculos en las desnudas ramas de los árboles. Los pájaros cantan menos, igual siempre cantan.
Las noches cada vez más largas.
Es mixtura de colores y también de percepciones: escalofríos que se mezclan con tímidas sonrisas. Mitad verdad mitad fantasía. Un rubor en la cara (no sólo del frío matutino) y la sensación de las manos heladas en la bicicleta (insisto: no sólo el viento enfría). El relámpago. El cielo más celeste que nunca después de la tormenta que oscureció la ciudad. Las veredas chapoteantes.
El cielo que sobrevive a la lluvia es el más claro (Las nubes se pierden en los laberintos de la memoria). Por eso el otoño es como el cielo en la mirada. Está ahí... sobreviviendo.

lunes, 27 de marzo de 2006


Gotas verdes

El color verde se desparrama por su cara como si fuera la misma piel. El rostro se ilumina -y no es por la purpurina- y se llenan los ojos de los colores circundantes. Pero el maquillador dibuja una lágrima que corre por su mejilla... que cae de lo profundo de la mirada brillante -y no es por las lentejuelas- mirada triste que recuerda otro lugar y otro tiempo (con otros colores tal vez).

Y llora en silencio (aunque también ríe) porque una basurita se coló en su corazón. Y es como cuando se mete una basurita en el ojo, llora sin pensarlo.

Cuando el temblor sacude tan profundo
y lo profundo estaba completo ya de pinturas
el color se rebalsa fuera de sí
fuera del alma se escapaba un verde
verde lágrima caía desde aquella mirada
mirada de tristeza en lo profundo...
...profundo sacudido por el temblor.

miércoles, 22 de marzo de 2006



Imagen desde el otro lado del mundo... un momento único que se puede vivir en el polo norte, cuando la luna se encuentra más cerca de la tierra y se encuentra con el sol.
Otoño 2005

El otoño es un mes marrón y rojo, es caída y soltura, mlancolía y a la vez despertador de pasiones. Se me cae de todo cuando camino por las veredas y ese constante movimiento me distrae (aún más si eso es posible) de la memoria. No puedo retener ese hilo que justifica el divagar de una mente a lo largo de una caminata. La plaza, los árboles, las hojas. Se vuelven un túnel que me aisla del resto de la ciudad: veo el viento entre las ramas de un árbol semidesnudo, el sol brillando en el pasto húmedo, una pareja en un banco (más aislados que yo). Cruzó el semáforo, la calle, los autos y las hojas. Las luces y colores se pierden en el horizonte, marcado por una plaza circular. Espero en la esquina y me pregunto cuánto esperaría hasta que me olvido, culpa del otoño, de pensar en los relojes externos y sigo caminando para empezar a pensar (y por lo tanto y también por desgracia para empezar a olvidar) cosas nuevas o viejas ya pensadas y dejadas latentes en el cajón de cosas sueltas. Pienso en pensar en el olvido: me esfuerzo en continuar, pero las hojas me llevan a dar una vuelta en ronda y lo dejo para después ¿para cuándo me pregunto entonces? Ya me olvidé. Me acostumbré a vivir en "el país del nomeacuerdo".
Internándome dentro de mí, buscando. Confío en la posibilidad de soñar gratuitamente, a pesar de todo. Al menos en otoño, aprovecho la estación indecisa (mitad tibia-mitad helada) para despojarme de las palabras secas. Hojas en todaspartes, el sol y la sombra en todas las veredas y las calles cubiertas por ellas, escondiéndose del viento que asoma desde el cielo y juega con los árboles y con las copas y que pronto vendrá a llevarse todo (o casi: el resto queda para la lluvia).

martes, 21 de marzo de 2006


Ahi estaba el hombre, sentado en su sillón-su lugar en el mundo, consumido por los años (el sillón) (bueno, él también), pensando. Era su ejercicio preferido. Aunque el doctor le había recomendado salir a caminar las tardecitas de sol, sus pies estaban pegados a la alfombra que estaba por debajo y sus piernas ocupaban su hueco en el almohadón. Hacía tiempo había olvidado que solían volar.
Desde allí podía mirar por el ventanal, enorme, por el cual transcuría la calle como una preyección de diapositivas. Autos, palomas, árboles (un poco más lentos, pero también transcurren) y personas... ésas eran sus favoritas. Las conocía a todas, las miraba ir y venir una y otra vez y creaba historias a partir de sus caras, sus gestos, la ropa y el paso que marcaban cada día.
Es como un coleccionista, que guarda celosamente cada una de sus estampillas en un libro muy prolijo, pero que nunca ha escrito una carta a alguien. Mira cada hoja y conoce cada detalle, pero no siente el calor de aquélla que tiene un sello y que viajó 1200 km. para contar una historia triste de amor. Él colecciona personas que pasan por su ventanal, pero nunca ha estado con una en verdad. Mira cada una (en su mente, las retrata, las acomoda en una de sus páginas bien guardadas y sonríe pensandose que ahora puede conocerla en su intimidad), conoce sus detalles, su ropa, su cara a la mañana y su horario de regreso a la noche; pero no siente el calor de una mirada y de unos labios que han viajado horas interminables para decirte te quiero.
Un día despertará del sueño que lo somete al enclaustramiento, al cómodo sitio en el que se encuentra, para darse cuenta que sólo han quedado calles grises por recorrer en su camino del tiempo, calles vacías. Sin personas que atraviesan el ventanal.

viernes, 17 de marzo de 2006

Tiré las llaves por la ventanita y me fuí. Mis ojos en el espejo intentan decirme algo pero no quiero escuchar. Ya está tomada la decisión. PB en rojo. (La puerta a la calle por suerte estaba abierta). Sólo llevo conmigo una mochila amis espaldas... y a mis espaldas un mundo entero quedó atrás.
Buenos Aires llueve. Las calles se visten de paragüas y en el café se ocupó la última mesita. A través de una fotografía puedo ver el mar soleado, colgando de un cartel por encima de las avenidas.
Mis pies siguen un rumbo que todavía jno descubrí, suelen hacerlo a menudo. Mi cabeza intenta seguirlos pero se queda perdida en un puesto de diarios una cuadra atrás... y se va por otro camino que da vueltas y vueltas por adentro de ella misma.
Alguien más tenía las llaves, estaba segura, por eso cerré así. Sólo había quedado una notita sobre la mesa del comedor y restos de un desayuno en la mesada de la cocina. Un gracias y otro beso en la posdata.
Ahora las gotas se hacen más gruesas y sé que es inevitable empaparme por completo, así que decido disfrutarlo (miradas desde un negocio y paragüistas esperando en el techito de la esquina que observan cómo me mojo y sonrío de todas maneras, pensando uno vaya saber qué. Gente que juega carreras por las líneas blancas frente al semáforo). Un trueno se escuha por encima del goterío que irrumpe en el bullicio citadino. Tengo frío, pienso.
Preguntado direcciones. Entro al ciber con la lluvia aún corriendo por mi ropa, el pelo, la cara. Se mojó un poco el cuaderno. Las teclas empapadas pocas noticias tienen y sólo reciben un poco de ese calor lejano (ese que llega entre líneas desde alguien que te quiere), lo suficiente para continuar el día. Nada mal.
Aunque ahora paró un poco, sigue cayendo el agua (pero como siempre cuando se tiene mucho, ahora parece que es demasiado poco y realmente no molesta). Buscando direcciones. Nunca un mapa... de todas formas se llega.
Volviendo (o siguiendo en el camino que me aleja), el único camino que conozco es por el subte. A pesar de que afuera hace frío, ahí el calor se condensa y dá la sensación de estar en un horno. Los escalones mitad agua mitad barro son transitados infinitamente a una velocidad que me desorienta. Un viaje, gracias. El molinete. La tele mostrando imágenes de Bariloche. Un túnel sin fin en el que se asoman dos luces a toda velocidad.
Ahí por abajo de las calles, por debajo de tantas personas y tantas cabezas, ¿estaré también transitando por debajo de sus ideas? Las historias se suceden por encima del mundo subterráneo, las casas continúan su vida diaria sin pensar en las miles de ideas que transcurren bajo sus narices (bajo sus pies también).
Busco en mi mochila y sacó un librito verde y leo. "pequeño (des)conocimiento entre un pez y una niña". Las palabras se hunden en mi cabeza. Las luces pasan rápidamente. De reojo (no puedo evitarlo) escruto a cada quién que está sentado en el mismo vagón. También a cada cual que está parado y me pierdo unos segundos de la lectura imaginando fantásticas historias sobre sus desconocidas -para mi- vidas. Este lugar me hace pensar. ¿Pasará lo mismo en cada uno de ellos?
LLegando al final del recorrido, la voz en el parlante me desvía la atención dos segundos antes y llego casi a tiempo a guardar el librito y salir. Subo a la calle como todas las cabezas adelante mío que avanzan lentamente en la escalera mecánica, parece un camino al matadero. Me perdí. No sé para qué lado de la avenida tengo que caminar y sin embargo no me importa mucho.
Preguntando direcciones, siempre termino en el mismo lugar. Camino sabiendo que hacia algún sitio me dirijo (mis pies suelen hacerlo).
Cruzo una esquina y el cartel indica que hay que doblar. La calle sube hasta llegar a la esquina. Un rincón guardado en un bonito barrio, rincón donde suceden aún historias de hadas (y digo aún porque estas historias ya están olvidadas hace tiempo en este mundo de cemento, en estas tirerras que alguna vez fueron verdes y contaron secretos en las noches estrelladas). Una sonrisa aguarda detrás de la puerta y eso me alcanza para continuar (nada mal).
Desde la ventana (desde adentro hacia afuera) se ve todavía la lluvia. Seguimos en la espera.

sábado, 4 de marzo de 2006

"Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más amenos. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas cuatro cosas importantes suceden en tu vida:
a) estás en un lugar diferente. Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al principio esto da mucho miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuantas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
b) porque la soledad puede ser muy grande y opresora, tú estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra si estuvieras en tu casa, como camareros de restaurante, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús. c) pasas a depender de los otros para todo: conseguir hotel, compraralgo, saber como tomar el próximo tren. Descubres entonces que no hay nada malo en depender de los otros sino que, por el contrario, esto es una bendición.
d) estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo Yo, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas.
"Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres."

(enviado por un amigo murguero.... procedencia?)
El Retorno

Cada vez más cerca... de mí.
Volver se siente enfermo. Es un poco de dolor de cabeza(como el de estar mucho al sol), ese dolor de cabeza que te obnubila la visión del mundo, ojos cansados de ver tantas cosas nuevas y diferentes, cabeza partida al medio. Y a la noche una leve fiebre que te hace transpirar pero tiritar al mismo tiempo. Es dolor en el cuerpo, un poco acá y otro por allá, que por ahí me acuerdo cuando me moví un poco. Son ojos cansados... de tanto desvelarse por las noches buscando el espíritu de la luna desde el banco de una plaza.
Es sentirse enfermo pero a la vez recuperarse. Encontrarse. Adentro y afuera, en el mundo de siempre, tan dejado atrás y a un costado y tan sentida su ausencia. Acostumbramiento... o no!

Llegué hace dos días a Córdoba a ver a la flia. De a poco voy llegando al destino final.

(Volver... es también irse)

lunes, 20 de febrero de 2006

Después de tantas vueltas... ya me voy regresando a los pagos, a la querida tierra argentina (más querida aún después de estar tan lejos)
Cuesta dejar La Paz, la corte de los milagros, ciudad donde todo se ha vuelto posible... bandadas de chicos persiguiendo niñas para empaparlas hasta el cansancio, combis y autos importados que circulan sinsentido por las calles hartas de autos, peatones que juegan la otra mitad del rol y circulan sinsentido por las avenidas esquivando a los sinsentidos coches, mamitas que abarrotan las calles con sus aguayos y sus miles de ofertas que van desde unos pancitos hasta un dvd, gringos, peruanos, argentinos, colombianos que circulan esquivando a todos los sinsentidos de la ciudad... o volviéndose una pieza más del rompecabezas. Jugos vitamínicos, chicharrones de cuero de cerdo, refrescos de quinoa, salteado de res, helados, pasancallas. Artesanías casi regaladas en todas las tiendas. Trenzas, gorros y faldas. Todo esta aquí en la ciudad de las maravillas, todo metido en este pozo sin fin que se observa desde El Alto, por debajo de las nubes, más allá del círculo de árboles... La Paz. Qué nombre tan poco acertado... aquí no se duerme.
Con tanta salsa y picante sin embargo cuesta irse, no encontré todavía la explicación.La próxima será desde Argentina, muy loco, no?


Besos
Anu